ROUGH NIGHT IN JERICHO (1967, Arnold Laven) Noche de titanes
A poco que uno se adentre en las imágenes de ROUGH NIGHT IN JERICHO (Noche de titanes, 1967. Arnold Laven), puede integrar con facilidad este título dentro de una vertiente del western bastante practicado en las postrimerías de la década de los sesenta. Se trata de un conjunto de títulos caracterizados por su alcance sombrío, incluso sórdido, por una marcada violencia y ciertos ecos sobre la evolución de uno de los géneros más nobles que puso en práctica el cine norteamericano, hasta generar una dimensión de extraña fantasmagoría cinematográfica. Sería un contexto en el que quizá Henry Hathaway se expresó con especial brillantez en sus aportaciones realizadas en aquel periodo, y que se extendería a títulos como THE STALKING MOON (La noche de los gigantes, 1969. Robert Mulligan) o MACKENNA’S GOLD (El oro de Mackenna, 1969. John Lee Thompson). Es probable que ninguno de los ejemplos evocados pueda ser situado entre las cimas del cine del Oeste –aunque avalados por el citado Hathaway se encuentran productos francamente estimulantes-, pero quizá el paso de los años hayan diluido las debilidades de todos ellos, acentuando con probabilidad –siempre dentro de sus limitaciones- el alcance de sus propuestas.
Pues bien. Uno de dichos ejemplos se encuentra en esta curiosa, desigual pero finalmente atractiva ROUGH NIGHT… filmada por ese humilde artesano que fue Arnold Laven, ya en aquellos años más centrado en su dilatada andadura televisiva. Laven fue uno de tantos competentes hombres de cine que iniciaron su trayectoria como realizadores, implicándose en propuestas de género, que quizá tuvieran su mayor efectividad en pequeños títulos policíacos, aunque poco después este se prodigara más en el ámbito del western, hasta erigirse casi como un pequeño epígono para los últimos estertores de dicho género. En este sentido, con probabilidad nos encontramos ante una de sus aportaciones más singulares, quedando desde sus primeros fotogramas una cierta apuesta por la originalidad, que se puede manifestar en ese extraño duelo mantenido entre los protagonistas de la película. Un duelo que se caracterizará por su inesperada tensión, incidiendo el realizador al destacar ese factor de violencia, que finalmente se caracterizará por suponer uno de los dos elementos más destacados de la misma –incluso insertará un plano desde un punto de vista imposible, encuadrando la cámara detrás de la diligencia atacada, que se encuentra desprovista de sus tripulantes-. El argumento nos hará conocer las motivaciones de esos dos tripulantes, que acuden a una pequeña localidad del Oeste atendiendo la llamada de diversos habitantes de la misma que se encuentran sojuzgados por el cacique de la misma –Alex Flood (una espléndida composición de Dean Martin)-. Muy pronto descubriremos la abyección de Flood, en una secuencia en la que contribuirá decisivamente al linchamiento de alguien que ha liquidado en defensa propia a uno de sus hombres, para lo cual no dudará incluso en humillar al estoico sheriff de la localidad. De nuevo la tensión, la sordidez, la violencia y una cierta tendencia a enfatizar ese contexto, será planteada como elemento previo a la llegada de la pareja que hemos visto han sido atacados muy poco antes –de la mano de Flood, descubriendo en esos momentos su destreza en el ataque, herencia de su relación con los indios-. Los recién llegados serán Dolan (George Peppard), un antiguo sheriff al que acompaña otro experimentado hombre del Oeste. Ambos acuden a la localidad para intentar contraatacar la intención de Flood de adueñarse de una pequeña compañía de caravanas que encabeza la tenaz Molly Lang (Jean Simmons). Escéptico por naturaleza, Dolan mostrará un progresivo desapego ante la misión a la que se ha visto abocado, en especial por la insistencia que le ha insuflado su viejo compañero Ben Hickman (John McIntire), que ha sido herido en el asedio inicial, y cuya personalidad está marcada en el compromiso y el riesgo, probablemente basado en una mayor experiencia vital.
A partir de esa premisa, el mayor grado de interés de ROUGH NIGHT… se centra a nivel visual en la plasmación de escenas caracterizadas por una planificación extraña e incluso insólita –son bastantes los momentos en los que se observa un esfuerzo, quizá artificioso, por discurrir por dicho sendero-, y ligado a esta vertiente, otras caracterizadas e incluso rozando el sadismo –la pelea que Flood mantiene en su saloon; el combate que sufre Dolan con Yarbrough (Slim Pickens), esbirro de Flood, manejando este último un látigo de terrible fuerza-. Dentro de dicha combinación, que curiosamente registra una ausencia de “tics” visuales propios de aquellos años –apenas tienen acto de presencia los zooms o teleobjetivos-, finalmente el mayor grado de interés de la función, se centrará por un lado en la agudeza de sus diálogos y, sobre todo, en la extraña relación que se establece desde el primer momento entre Flood y Dolan. Ambos jugarán con absoluto respeto uno de otro, dejando entrever en ellos un matiz psicológico centrado en intuir en su oponente aquello que interiormente desearían albergar para sí mismos. Una relación marcada al mismo tiempo por el desafío y la complicidad –en la que tendrá su elemento de inflexión la atracción que Molly sentirá por Dolan, despreciando los intentos constante de Flood por dominarla profesional y sexualmente-, en la que se plantearán quizá las mejores secuencias del film. Una de ellas es la partida que ambos mantienen en el saloon del poderoso cacique, siendo conscientes de la tensión existente entre ambos al estar celebrándose al mismo tiempo una reunión entre los opositores a Flood, que sus esbirros contraatacan lanzando explosivos contra la vivienda de uno de los empresarios convocantes. Otra, más breve en su plasmación, serán los instantes finales, en los que Flood herido de muerte mira y dirige un comentario lleno de complicidad a ese rival con el que desde el primer momento ha luchado, pero que al mismo tiempo ha admirado, quizá por ver en él a ese hombre de principios que él mismo fue en el pasado, y al que la codicia y el afán de poder fueron arruinando sin remedio.
Desigual y atractiva, artificiosa y brillante en el trazado dramático y el conflicto de sus protagonistas, con un inevitable regusto a propuesta tardía, ROUGH NIGHT IN JERICHO es un título que mantiene sus cotas de interés, y a la que el paso del tiempo quizá haya permitido perder algunos de sus elementos, pero esa propia perspectiva temporal le ha legado virtudes suplementarias.
Calificación: 2’5
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